Las riberas del Enguri (Corn Island, George Ovashvilii 2014)
Con las crecidas de primavera, el río Enguri se precipita sobre las tierras bajas de Kolkheti y, antes de lanzar rocas y limo al mar, las acumula aquí y allá en medio del río. En pocos días, incluso de la noche a la mañana, de estos escollos nacen grandes islas, cuyo suelo es rico y fértil.
En la primera escena de Corn island, su anciano protagonista alcanza una de esas islas a las que hace mención la sinopsis, donde, con sus rudimentarias herramientas, construye la estructura de la cabaña que le alojará durante la estancia en ésta. Del mismo modo George Ovashvilii edifica también su film, con las mismas herramientas básicas, sólo tres personajes y una localización única y constante: la solitaria isla cuya existencia fugaz, precaria, se asemeja en su evanescencia al modo de vida de sus ocupantes. Una fugacidad que parece relacionarse con la propia esencia del lenguaje cinematográfico, ejemplo de definición, sencillez y austeridad, presente tanto en los hechos narrados como en los propios códigos que Ovashvilii utiliza para contarlos. Quizás en esta admirable fábula ecuménica, casi dersuuzaliana, sobre la presencia del desestabilizador elemento externo (en forma de soldados que patrullan el río en pleno conflicto absajio-georgiano), más cuando estamos hipnotizados con las ascéticas maneras con la que se nos muestra el nacimiento, el auge y la destrucción de una isla cualquiera, en el río Enguri, allá por la primavera.