En las Elaphiti: El faro de Koločep

24.10.2023

Koločep es la más pequeña de las islas habitadas del archipiélago de las Elaphiti, un conjunto de trece prominencias de una cadena montañosa submarina que se extiende en la costa del Adriático entre Brsečine y Dubrovnik, ocupando un área de 30 kilómetros cuadrados y albergando apenas a 850 residentes permanentes. Contemplando esta región de la Croacia meridional tan perlada de valles y montañas, es fácil imaginar cuando las ínsulas elafitas aun formaban un todo con el cercanísimo litoral dálmata, justo antes de que las aguas del Mediterráneo anegaran el valle que unía las cordilleras, convirtiendo la vega terrestre en estrecho marítimo.

Como decíamos, Koločep es la isla de menor tamaño de este archipiélago, un poco más de dos kilómetros separan su extremo norte, donde se asienta Donje Čelo (la mayor agrupación de viviendas de la isla) de su extremo sur, marcado por un faro del mismo nombre que la isla, situado al pie de unos abruptos acantilados de roca caliza y al que se llega tras descender unas escaleras talladas en la misma roca. Un faro que bien podría haber servido, dado el dramatismo del lugar, como lugar de rodaje de alguno de los capítulos de Juego de Tronos. Un pequeño trayecto del equipo de producción de la serie desde Dubrovnik quizá hubiera sido lo único necesario para que mareas de turistas con su pertinente disfraz de khaleesi ocuparan el somnoliento faro de Koločep, apenas alterado ahora, para bien o para mal, por los pocos viajeros interesados en recorrer la angosta senda que lleva hasta allí o por simpáticos jóvenes locales, firmes partidarios del hachís y el naturismo.

El faro de Koločep
El faro de Koločep

El faro de Koločep podría servir como perfecta síntesis del conjunto de la isla: por el contraste del gris de la roca frente al turquesa de las aguas que lo rodean, por el camino alfombrado por agujas de pino que camuflan la dureza de la piedra tallada que conduce hasta su dominio, por la tranquilidad que lo define, tan lejos y tan cerca de las multitudes que se amontonan en las callejuelas de Ragusa o por los yates que a veces anclan en la bahía anexa.

Sobre los yates, uno no puede dejar de contemplarlos, cuando está residiendo en la isla, de la misma manera que los nativos de Sentinel del Norte debían observar a los barcos científicos cuando aun llegaban hasta aquellas costas. Siendo Koločep una isla tan silenciosa, un rincón del Mediterráneo en el que el canto de las cigarras es el más estridente de los sonidos, la música de discoteca, los gritos beodos o los sonidos onomatopéyicos de ciervo en berrea que por costumbre emergen de estas embarcaciones, siempre a unos metros de la costa, rompen el embrujo de cualquiera que quiera sentirse como un Tom Ripley cualquiera y también, por qué no decirlo, le hacen aprobar imaginariamente alguno de sus medios más radicales en el tratamiento de individuos antisociales o incapaces de apreciar la belleza. A fin de cuentas, todos soñamos con algo en alguna ocasión, ¿no les parece?


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