El cero y el infinito (Severance, Dan Erickson 2022-2025)
No nos muestres la meta sin el camino, porque los medios y los fines están tan mezclados en la tierra que, al cambiar uno cambian los otros; cada sendero diferente nos ofrece una nueva perspectiva.
Ferdinand Lassalle (Franz von Sickingen)
1. PRÓLOGO: UNA CONFESIÓN
"Me parece verosímil pensar que cada uno, de los que estamos ahora sentados en este banquillo de los acusados tenia un extraño desdoblamiento de conciencia, una fe incompleta en su tarea contrarrevolucionaria. No digo que no existiera esta conciencia, sino que estaba incompleta. De ahí esa especie de semiparálisis de la voluntad, esa lentitud de reflejos. Me parece que somos unas personas cuyos reflejos son hasta cierto punto lentos. Esto no proviene de la ausencia de ideas consecuentes, sino de la grandeza objetiva de la edificación socialista. La contradicción entre la aceleración de nuestra degeneración y esa lentitud de reflejos traduce la situación del contrarrevolucionario, o, con más precisión, del contrarrevolucionario que se desenvuelve en el marco de la edificación socialista en progreso. Se crea entonces una doble psicología. Cada uno de nosotros puede comprobarlo en su fuero interno, pero no quiero entregarme aquí a profundos análisis psicológicos.
A veces, yo mismo me entusiasmaba al glorificar en mis escritos la edificación del socialismo; pero poco después cambiaba de actitud debido a mis acciones prácticas de carácter criminal. Se formó en mí lo que, en la filosofía de Hegel, se llama una conciencia desgraciada. Esta conciencia desgraciada difería de la conciencia ordinaria porque era al mismo tiempo una conciencia criminal.
Lo que constituye el poder del Estado proletario no es solamente el haber aplastado a las bandas contrarrevolucionarias, sino también el haber descompuesto interiormente a sus enemigos, el haber desorganizado su voluntad. Esto no ocurre en ningún otro sitio, y no podría existir en ningún país capitalista.
Me parece que, cuando empiezan a manifestarse dudas y vacilaciones en ciertos sectores intelectuales de Occidente y América, a propósito de los procesos que han tenido lugar en la U.R.S.S., es debido, en primer lugar, a que estas personas no tienen en cuenta una diferencia radical: en nuestro país, el adversario, el enemigo, posee al mismo tiempo esa doble conciencia, esa conciencia desdoblada. Y me parece que esto es lo que hay que comprender ante todo."
Nikolái Bujarin, 13 de marzo de 1938, Casa de los Sindicatos de Moscú. Proceso del Bloque Trotskista-Derechista.
2. BIFURCACIÓN DE LA CONCIENCIA: EL DESDOBLAMIENTO COMO TECNOLOGÍA DE PODER
La conexión entre la última declaración de Nikolái Bujarin (producida dos días antes de su ejecución, el 15 de marzo de 1938) y la serie Severance nos pareció profundamente fértil, pues ambas exploran la fractura de la conciencia como mecanismo de control político y existencial. Aunque separadas por décadas y contextos aparentemente distintos como son el terror estalinista y una distopía corporativa contemporánea, las dos comparten preguntas esenciales: ¿Cómo se fragmenta la identidad bajo sistemas opresivos? ¿Puede el poder reescribir la memoria y la lealtad? ¿Es la división interna una forma de supervivencia o de complicidad? La "confesión" de Nikolai Bujarin en 1938 y la distopía corporativa de Severance son dos caras de una misma moneda: la fractura sistemática de la identidad como herramienta de dominación en sistemas burocráticos totalizantes. Aunque separados por el tiempo y el contexto, ambos revelan cómo el poder, ya sea bajo la máscara del socialismo revolucionario o del capitalismo corporativo, se sostiene mediante la despersonalización, el ritual y la internalización de la opresión.
En Severance la escisión es un procedimiento quirúrgico que divide la memoria en dos: un "yo interno" (Innie) que solo existe dentro de Lumon Industries, sin recordar la vida exterior, y un "yo externo" (Outie) que vive fuera, sin recordar el trabajo. Esta división no es orgánica, sino una herramienta corporativa para maximizar la productividad y el control. En Bujarin la "conciencia desgraciada" hegeliana surge de la exigencia estalinista de ser simultáneamente leal y traidor: un teórico marxista que confiesa crímenes ficticios para validar la pureza revolucionaria del régimen que lo ejecuta. Por su parte, en Severance, la cirugía que divide la memoria en "Innie" y "Outie" refleja una escisión física de la identidad, donde el trabajador es reducido a una función (un recurso dentro de Lumon) sin acceso a su historia o deseos. Ambos sistemas, en definitiva, exigen una autocancelación. Los "Innies" carecen de biografía fuera de la empresa. Los "Outies" no tienen conciencia de su yo laboral. La identidad, en ambos casos, se vuelve un guion escrito por el aparato.
La cirugía de escisión se comercializa como "libertad" (los "Outies" son "libres" de olvidar el trabajo), pero en realidad es una esclavitud perfeccionada: los empleados son prisioneros de su propia mente dividida. Los eslogans de Lumon son réplicas directa de la lógica orwelliana en 1984 "LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD", una novela que es, sobre todas las cosas, una parábola del estalinismo. Igualmente, en 1984, el "doblepensar" de Orwell mantiene a Winston Smith en una lucha interna, sosteniendo verdades opuestas en una sola mente. Bujarin encarna esta tensión, obligado a glorificar el socialismo mientras se condena como traidor. Severance, sin embargo, lleva esta lógica a su extremo: las mitades de la conciencia no coexisten en conflicto, sino que se escinden por completo, creando un sujeto fragmentado que ni siquiera puede rebelarse contra sí mismo. En esta evolución del "doblepensar" al desdoblamiento literal, el poder alcanza su forma más insidiosa: una opresión que no necesita coerción, porque sus víctimas ya no son un "yo" completo.
La memoria también es aniquilada en el proceso de escisión: nadie puede rebelarse contra lo que no se recuerda. Así, Los "Innies" no pueden organizarse contra Lumon porque no saben qué hay fuera. Incluso si intuyen la opresión (como hace Helly R.), carecen de herramientas conceptuales para nombrarla. Los "Outies", a su vez, ignoran la explotación de sus "yoes internos", fragmentando la resistencia. Sin memoria compartida no hay resistencia posible. El poder triunfa cuando el pasado deja de ser un territorio común.
Tanto Severance como la confesión de Bujarin revelan que la fractura de la identidad no es un fenómeno exclusivo de regímenes totalitarios, sino una condición de la modernidad. En el capitalismo tardío, la escisión puede ser "voluntaria" (como en el trabajo remoto que invade la vida privada) o impuesta por algoritmos que nos reducen a datos. En el estalinismo, fue un arma de terror ideológico. En ambos casos, la pregunta persiste: ¿Podemos ser íntegros en sistemas que nos exigen desdoblarnos? La respuesta, quizás, está en la advertencia de Bujarin: cuando el poder logra que internalicemos su lógica, incluso nuestra rebelión puede convertirse en otro gesto de sumisión.
3. EL APARATO COMO FIN EN SÍ MISMO: LA BUROCRACIA COMO METÁSTASIS
En el estalinismo, aunque se justificaba como "dictadura del proletariado", el sistema degeneró en una hiperburocracia donde el Partido y la NKVD se convirtieron en entes autónomos, más preocupados por purgar "desviaciones" que por construir el socialismo. La ideología se redujo a un código vacío para legitimar la perpetuación del poder. Bujarin, al confesar crímenes absurdos, no servía a la revolución, sino al ritual que sostiene al aparato. En Severance. Lumon Industries opera bajo una lógica similar. Su retórica de "trabajo significativo" y "armonía" es una fachada para ocultar que la empresa es un fin en sí misma: un sistema cerrado que existe para autoreplicarse. Los empleados no producen nada concreto (su trabajo es críptico y aparentemente inútil), pero el proceso burocrático (contar números, clasificar datos "mágicos") justifica su existencia. En ambos casos, el aparato no tiene un propósito externo: su único objetivo es mantenerse. La "Revolución" o el "Progreso" en Lumon son mitos que enmascaran la maquinaria vacía.
Este perfil burocrático también se muestra como tal en el establecimiento y la ejecución de premios y castigos. Por ejemplo, en el estalinismo, las purgas no eran explosiones de caos, sino procesos administrativos. Los formularios de condena (las troikas) y los expedientes de la NKVD convertían el asesinato en un trámite. Bujarin fue eliminado no por sus actos, sino por su posición en la lógica paranoica del sistema. Mientras tanto, en Severance, la violencia que ejerce Lumon es fría y procedimental: el "cuarto de castigo" no es una cámara de tortura medieval, sino un espacio aséptico donde los empleados son sometidos a repeticiones infinitas de frases sin sentido. El sufrimiento se gestiona con la misma eficiencia que los datos que procesan. En ambos casos, la burocracia no mitiga la violencia; la vuelve impersonal y, por tanto, más monstruosa. El mal no es excepcional, sino parte del manual de operaciones.
En la URSS y en Lumon la burocracia totalizante es una jaula de hierro weberiana llevada al extremo. Tanto el estalinismo como Severance muestran sistemas donde los individuos son tragados por estructuras que han perdido todo propósito excepto su propia perpetuación. La ideología aquí no es más que el barniz que oculta la verdadera naturaleza del aparato: una máquina que devora vidas para alimentar su existencia vacía.
La conexión más siniestra es que, en las dos, la esperanza de escape está en exponer el sinsentido del sistema. Bujarin lo intentó al incluir mensajes velados en su confesión; los personajes de Severance lo hacen al buscar fisuras en la escisión. Pero mientras Lumon aún puede tener grietas, el estalinismo selló toda salida. La diferencia no es de esencia, sino de grado: ambas son variaciones de la misma pesadilla burocrática.
4. EL CULTO AL LÍDER COMO PILAR DEL APARATO
Tanto en el estalinismo como en Severance, el poder burocrático se apuntala mediante un culto al líder que trasciende la figura humana para convertirse en una representación de la inmutabilidad del sistema. En el estalinismo, Stalin no es solo un hombre, sino la encarnación del Partido y de la "verdad" revolucionaria, un ícono cuya voluntad se confunde con la del Estado proletario. Su imagen omnipresente —en retratos, estatuas y propaganda— transforma las purgas y los rituales administrativos en actos de devoción colectiva. Sin embargo, este culto es curiosamente impersonal: Stalin no necesita estar físicamente presente para ejercer control; su autoridad se delega a la maquinaria de la NKVD y a los expedientes que condenan a Bujarin, convirtiéndose en un símbolo de los valores burocráticos —orden, pureza, perpetuación— más que en un individuo de carne y hueso. Esta despersonalización del líder queda patente en la declaración de Yuri Piatakov durante la serie de juicios de Moscú que también condenaron a Bujarin:
"Todo nuestro vasto y magnífico país, todo nuestro partido de vanguardia, el partido de Lenin-Stalin, sigue hacia adelante y estrecha filas alrededor de sus queridos jefes, y en primer lugar en torno a Stalin. Nuestro más ardiente amor vibra por nuestros jefes. Todos estamos orgullosos de que el país de la dictadura del proletariado, el país del socialismo, posea semejantes jefes. Los obreros de todo el mundo conocen y aman a Stalin y están orgullosos de él. Bajo la dirección de nuestros jefes, el país va de victoria en victoria."
En estas palabras, Piatakov no solo exalta a Stalin como persona, sino que lo eleva a un ideal abstracto que legitima la burocracia estalinista, lo que nos vuelve a conectar con la serie de Dan Erickson.
En Severance, este fenómeno de idealización burocrática se replica en la figura de Kier Eagan, el fundador de Lumon Industries, cuyo legado se venera como una religión corporativa. Los empleados recitan sus palabras en manuales y rituales, y su retrato preside los pasillos, pero Kier está muerto: su presencia es una abstracción, un ideal que justifica la escisión y la obediencia de los "Innies". Al igual que Stalin, Kier no es una persona, sino una proyección de la empresa como entidad eterna. El culto a su figura —con frases como "Kier nos guía" o las ceremonias en su honor— despersonaliza el liderazgo y lo fusiona con la burocracia misma. Los supervisores como Milchick o Ms. Casey no gobiernan por carisma propio, sino como sacerdotes de un dogma que trasciende a cualquier individuo.
Esta impersonalidad del líder es clave: en ambos sistemas, el culto no depende de la humanidad del ídolo, sino de su función como garante de la estabilidad del aparato. En el estalinismo, Stalin encarna la infalibilidad del socialismo, y cualquier desviación (real o inventada) debe purgarse para preservar su mito. En Severance, Kier representa la armonía de Lumon, y la escisión de los empleados asegura que nadie pueda cuestionar su visión. El líder, así, se convierte en un espejo del "doblepensar": los súbditos deben adorarlo como fuente de libertad mientras aceptan que su voluntad los esclaviza. Para Bujarin, confesar es un acto de lealtad a Stalin; para los "Innies", trabajar sin memoria es un homenaje a Kier. En ambos casos, el culto al líder no solo sostiene la burocracia, sino que la dota de un aura sagrada, haciendo que su sinsentido parezca inevitable y eterno.
Sin embargo, esta reverencia tiene grietas. Bujarin, al incluir mensajes velados en su confesión, socava sutilmente el mito de Stalin. En Severance, los "Innies" como Helly R. empiezan a dudar de la santidad de Kier, buscando fisuras en su evangelio corporativo. Estas rebeliones, aunque frágiles, exponen que el líder impersonal no es invulnerable: su poder depende de que los sujetos sigan interpretando el guion. Cuando el culto se tambalea, el aparato mismo se ve amenazado, revelando su dependencia de la fe ciega en una figura que, en el fondo, no existe más allá de la estructura que la sostiene.
5. CONCLUSIÓN: LA JAULA BUROCRÁTICA Y LA ESPERANZA
Tanto el estalinismo como Severance exponen una verdad incómoda: los sistemas burocráticos totalizantes no necesitan ideologías coherentes, solo requieren que los individuos internalicen su papel de engranajes. Bujarin y los empleados de Lumon son prisioneros de estructuras que han perdido todo propósito excepto su propia reproducción. La "conciencia desdoblada" no es un error, sino el producto perfecto de estas máquinas de sinsentido. La única resistencia posible —ya sea la confesión crípticamente subversiva de Bujarin o la rebelión de los "Innies" por recuperar su memoria— es frágil y está condenada a ser absorbida por el sistema. Pero en esa lucha, aunque sea simbólica, reside un destello de humanidad: el rechazo a ser reducido a un guion escrito por el aparato.
La genialidad siniestra de ambos mecanismos radica en su capacidad para externalizar la culpa y internalizar el control. Bujarin murió creyendo que su ejecución "servía al socialismo"; los empleados de Lumon regresan a sus cubículos convencidos de que "merecían" el castigo. Así, el poder no solo domina los cuerpos, sino que coloniza las mentes, convirtiendo el arrepentimiento en la prueba definitiva de su omnipotencia. Recuperemos pues el lema orwelliano también aplicable a Lumon: "LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD". Queda claro que, en su paradoja, se esconde la esencia de toda tiranía.