Eichmann en Jerusalén (50 sombras de Grey, Sam Taylor-Johnson 2015)
«El mal no es nunca 'radical', solo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. Es un 'desafío al pensamiento', como dije, porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la 'banalidad'. Solo el bien tiene profundidad y puede ser radical.»
Hannah Arendt (Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal)
Arendt formuló su polémica tesis para explicar los mecanismos burocráticos del Holocausto, pero el concepto de "banalidad" tiene aplicaciones más amplias: nos ayuda a entender cómo ciertas estructuras ideológicas pueden perpetuarse en la sociedad sin generar resistencia, precisamente porque no parecen radicales ni amenazantes. Así es como comparte 50 sombras de Grey con aquella saga de los vampiros WASP y Neocons cierta intención de presentarse como un objeto inocuo, carente de peligro. La naturaleza masiva de su éxito podía vincularse, parecen querer decir sus autores, a su candidez intelectual, a su falta de pretensiones. Pues bien, nada más lejos de la verdad, según nuestro punto de vista ambas son dos claras muestras de un conservadurismo ramplón, una señal de nuestros tiempos. Su éxito, en definitiva, no es fruto de la casualidad.
Evidentemente no es la plasmación de una sexualidad enfermiza (?) el mensaje más peligroso del fenómeno cinéfilo-literario, ni mucho menos las etiquetas que se le colocarán de "sexo para señoras", con toda la carga despectiva que esta frase trae consigo, lo peor de 50 sombras de Grey. En realidad, lo terrible es su idea de nuevo contrato sexual entre el hombre dominante y la mujer dominada, un juego de poder entre roles que sólo puede ser destruido por la fuerza emergente del amor. No sé cuantas décadas de retroceso social supone considerar que una persona, perdón, una mujer, no pueda reclamar un derecho que inherentemente le pertenece. Según 50 sombras de Grey, esa reclamación debe estar basada en el sentimiento: «Si me amas, debes tratarme bien». En la forma condicional se esconde el núcleo de la perversidad.
No es este el único aspecto denigrante del film dirigido por Sam Taylor-Johnson, aunque quizás sí el más denunciable. Podríamos hablar de la eterna pose de estúpida intensidad de su protagonista, Jamie Dornan, de la nula carnalidad y erotismo de sus escenas de sexo, segmentos de diseño esteticista que parecen firmados por un Adrian Lyne en horas bajas o de lo circular y obsesivo de su estructura, empeñada en la repetición constante de los mismos elementos y planos. Supongo que sus pleonasmos visuales vienen dados por su sumamente conocido antecedente literario. ¿Cómo explicar si no el uso reiterado del piano como catalizador de sentimientos, los mismos planos detalle del cuerpo de Dakota Johnson, las dos (!) escenas de vuelo en helicóptero y ultraligero, etc? «La redundancia es la base del éxito de nuestra sociedad», escribía Orwell en 1984. El éxito de 50 sombras de Grey queda así totalmente asegurado.